martes, 10 de marzo de 2015

VIOLENCIA SEXUAL DENTRO DEL ÁMBITO FAMILIAR.




He decidido escribir estos testimonios sobre violencia sexual, para plasmar el dolor, el maltrato y el abuso que viven, en nuestro país, muchas niñas, niños y adolescentes y, por qué no decirlo, en nuestro contexto centroamericano, incluso, más allá. Pienso que al hacerlo, tal vez, las personas encargadas de los derechos humanos, de las niñas, niños y adolescentes, se conmoverán y harán lo que les correspondeObligar a los Estados a respetar los Convenios Internacionales que han firmado para proteger los Derechos Humanos de la niñez y adolescencia.

Los testimonios comprenden temas como: Abuso sexual infantil, Acoso sexual, Maltrato infantil, Violencia intrafamiliar, Violencia institucional,VIH/SIDA. Estos tipos de maltratos se encuentran revestidos de abuso de poder ya que, quienes los cometen son hombres, en su mayoría, sin ninguna patología psiquiátrica. 
Muchas veces, se quiere disfrazar al abusador como si fuera un enfermo mental que padece alguna enfermedad o trastorno de personalidad pero, según las investigaciones realizadas por Medicina Legal,en las Fiscalías del Ministerio Público, la mayoría de los abusadores son hombres comunes que, lo único aberrante que poseen, es hacer uso del poder y de su  fuerza  para someter a sus víctimas.

Comienzo redactando el testimonio de Sophia, una niña acosada por su padrastro. Ella trata que su madre la proteja, pero esta prefiere no creer lo que sucede en el interior del hogar, porque tiene cinco hijos más con el abusador y no puede sostener económicamente a su familia. Este tipo de abuso,considerado incesto,  es el más practicado en los hogares hondureños ya sea por padres, padrastros, tíos, hermanos. Según las estadísticas de medicina legal de la fiscalía de la niñez, el setenta y cinco por ciento de los abusos sexuales, se cometen en el interior de los hogares, donde el abusador aprovecha la oscuridad, las penumbras y el silencio de la noche, para intimidar, acosar, o violar a las víctimas que conviven con él. En este testimonio,hago una reflexión sobre las actitudes y comportamientos de las madres de familia. Ellas han sido educadas como las únicas protectoras y cuidadoras de sus hijos e hijas y, por lo consiguiente, si hay violencia sexual, la responsabilidad, en la mayoría de las veces, recae sobre las mujeres. La sociedad se encarga de culparlas, tildándolas de irresponsables, de descuidadas, de seguir conviviendo con su pareja y, en muchas ocasiones, de no creerle a la víctima sobre el abuso que esté recibiendo de parte de un padrastro, su propio padre, un tío o un hermano mayor.
Por consiguiente, las mujeres cargan con esa culpa y llegan a mantener una mala relación entre madre e hija, a tal grado que la sobreviviente empieza a sentir un rechazo total, abandonando muchas veces el hogar para evitar el contacto directo con su progenitora. Pero, ¿Es realmente la madre la única responsable del cuidado de sus hijas e hijos? ¿Es el sistema de poder patriarcal, el que nos impone desde nuestros ancestros, esta obligación? o ¿Es el Estado el responsable de no brindar la seguridad de esta familia maltratada, a través de refugios donde puedan protegerse de la violencia física, psicológica o sexual que sufren las hijas y, por qué no decirlo, las mismas madres?

En cualquier respuesta que obtengamos de estas interrogantes, estará casi siempre presente el tema del cuidado materno y, jamás o casi nunca, sale a relucir el tema del cuidado paterno, del abusador que, generalmente queda en la impunidad, como el caso de Sophia puesella tuvo que abandonar su hogar, sus estudios y alejarse de sus hermanos e incluso, romper el vínculo afectivo con su madre.

Cuando damos pie a la impunidad, lo que muchas veces logramos es que el incesto o el abuso de parte de padrastros hacia sus hijastras, se vea como algo natural, se legitime y se invisibilice, aumentando así el hecho de que las niñas y jóvenes reciban mensajes encubiertos de que ellas nacieron para sufrir y que, cualquier persona, puede atropellarlesus derechos sexuales y reproductivos sin importar a nadie, incluso ni a ellas mismas.
La violencia sexual está relacionada con el poder.  Através de este entramado, es que se dan las relaciones desiguales entre hombres y mujeres, donde una persona domina y la otra se somete, creándose así, estereotipos masculinos y femeninos que se reproducen en los espacios llamados micro poderes, como lo son: la familia, la escuela, la iglesia, y las comunidades. Allí se reafirma la masculinidad de algunos hombres con comportamientos agresivos, abusivos y aberrantes, en contraposición de los comportamientos de sumisión, pasividad y tolerancia que identifica a las niñas, adolescentes y mujeres en general.
Es importante reconocer que, si bien el sexo, al igual que el color de la piel, la edad, el tono de voz o la altura de la persona, generalmente son rasgos innatos y difícilmente cambiantes, las cualidades, las capacidades y roles que les imputamos, son asignados por la sociedad. Igualmente, la cualidad masculina también es significada de manera diferencialmientras que el rasgo de debilidad que atribuimos a la mujer, la tilde de menor racionalidad o el perfil de más comprensiva, no son propiedades dadas sinoatribuidas, cultural y socialmente. (Villarreal, 2007:58).

Para Foucault las sociedades del siglo XIX son un vivo ejemplo de cómo el poder no sólo se ejerce de una persona a otra, si no, que también es todo un sistema social el que impone su dominación sobre la mayoría.  Ese poder que un tiempo fue impuesto por la colonización, la cual dependía mucho de el color de piel, los rasgos físicos, y el lugar de procedencia,para poder sentir que eran o no dominados. 
“Pienso que esto es lo característico de las sociedades que se instauran en el siglo XIX. El poder ya no se identifica sustancialmente con un individuo que lo ejercería o lo poseería en virtud de su nacimiento, se convierte en una maquinaria de la que nadie es titular. Sin duda, en esta máquina nadie ocupa el mismo puesto, sin duda ciertos puestos son preponderantes y permiten la producción de efectos de supremacía. De esta forma, estos puestos pueden asegurar una dominación de clase en la misma medida en que disocian el poder de la potestad individual.”(Foucault, 1980:5).

Esa misma diferencia para  clasificar a las personas que se instauró en la época de la colonia, es la misma clasificación, que se vive en la actualidad, la cual entra a todos los espacios públicos y privados. Marcando las diferencias y ejerciendo su supremacía de una forma muy sutil o natural que se transmite tanto en los contenidos didácticos como en la personalidad y actuar de las y  los individuos, que conforman cualquier ámbito de la sociedad sea este religioso, educativo, político o en el seno del hogar. El poder se instaura y no hay necesidad de hacer uso de la fuerza, ni utilizar armas, para ejercerlo, como en épocas anteriores, basta con utilizar la palabra o el lenguaje simbólico para poder interiorizar en la subjetividad de las personas, las cuales a partir de esa subjetivación se someterán o dominaran.
Hay que señalar además que estos conjuntos no consisten en una homogeneización sino más bien en un juego complejo de apoyos que adoptan los diferentes mecanismos de poder unos sobre otros permaneciendo sin embargo en su especificidad. Así, actualmente, la interrelación entre medicina, psiquiatría, psicoanálisis, escuela, justicia, familia, en lo que se refiere a los niños, niñas, no homogeneízaestas distintas instancias sino que establece entre ellas conexiones, reenvíos, complementariedades, delimitaciones, lo que supone que cada una conserva hasta cierto punto las modalidades que le son propias.(Foucault, 1980:10).
En nuestras culturas reproducimos configuraciones particulares de significados que entrañan nociones de jerarquía, autoridad y poder. En América Latina atribuimos generalmente la legitimidad que goza el sistema patriarcal y el machismo a nuestra herencia cultural. Aquí la violencia de género se tiende a aceptar como una forma de acción “natural”.Dentro de este mundo de lo no cuestionado, recurrimos, casi inconscientemente a estereotipos, códigos sociales a los cuales se espera que ajustemos nuestro comportamiento, incluyendo estos puntos de referencia para el establecimiento de relaciones de poder entre hombres y mujeres. Entre los estereotipos de género encontramos ejemplos como: la mujer es vulnerable y débil, el hombre debe protegerla y proveer  lo necesario para el hogar; la mujer debe respeto a la autoridad del hombre quien es su superior, el querer mandar es una deshonra, el hombre debe hacerse respetar usando, si es necesario, medidas disciplinarias; la mujer debe ser humilde, tolerante, devota y mesurada, etc.(Villarreal, 2007:60)

Es así que, tantos hombres y mujeres, participan activamente para mantener y dar legitimidad a las categorías de género, estereotipos, siendo este parte de discursos, los cuales no son sistemas completos de pensamiento o racionalidad de acción. Las prácticas discursivas implican el ejercicio de cortar y pegar ideas, aglutinar frases y acotar pensamientos; lo relevante es el proceso de reclutamiento, asociación, definición, clasificación, unificación y desacoplamientos de etiquetas, nombres  y palabras. Las etiquetas se utilizan para definir estatus, estándares sociales y comportamiento. Su significado es situado y reinterpretado de acuerdo a los diferentes contextos en los que se utiliza. Por lo tanto, son los estereotipos de género los que hay que de construir ya que se van construyendo culturalmente, y de esa forma, se lograría un mayor entendimiento entre hombres y mujeres, asumiendo actitudes de respeto a la diversidad y equidad  para mejorar la calidad de vida de las personas que forman parte de toda una comunidad con diferentes necesidades, permitiéndose que gocen del derecho de decidir sin exclusión alguna ya sea por razones de género, clase, etnia o religión. (Villarreal, 2007:62).  

NOLVIA VERÓNICA LÓPEZ RECINOS
País: HONDURAS

Colaborador de la Red Hispanoamericana Contra el Abuso Sexual Infantil
Miembro de Asi nunca mas Centroamérica.

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